Nada más llegar a Lisboa ya
identificas que la ciudad no es como cualquier otra capital Europea. Si te
dejasen en el centro de la ciudad sin haber llegado en avión, sin haber visto
el tráfico y el volumen de personas, la primera impresión es que se está en un
pueblo, enorme, sí, pero en un pueblo. Esta “falsa impresión inicial te surge mientras
paseas por las estrechas y empedradas calles del barrio de Alfama. Estas calles
están rodeadas por casas bajas, con ropa tendida que protege las calles de la
luz del sol, sin ningún pudor y como en antaño, las puertas de las viviendas están
siempre abiertas como si en un pueblo te encontraras y todo el mundo fuera
bienvenido a tu hogar.
Sin embargo, si se sigue
caminando, si se sube a cualquiera de las colinas entre las que Lisboa se encuentra ubicada, especialmente si se accede al castillo de San Jorge, se descubre que no
estamos en un pueblo sino en una gran ciudad, una capital europea por tamaño,
por importancia y por historia.
Si sigues paseando por la ciudad,
en nuestro afán humano de clasificar las cosas, hay un momento en que te planteas,
¿qué tipo de ciudad es? ¿Cómo es comparada con otras capitales europeas? En mi caso, lo primero que pensé es que la
ciudad estaba en muy mal estado de salud. Los edificios tienen unas fachadas
destrozadas, algunos están soportados por elementos de seguridad para que no se
caigan, edificios medio caídos, en demolición y muchos solares vacíos entre
otras casas a punto de hundirse sobre ese vacío.
La palabra que te viene a la
cabeza es que Lisboa es una ciudad decadente,
que tiene los días contados.
Sin embargo, conforme pasan las horas,
ves que esa definición es incorrecta, o más bien tiene matices. Lisboa es, y
probablemente ha sido durante siglos, como diría una amiga mía, una decadente romántica. Y ahí reside parte
de su encanto. Conforme se pasea por los diferentes barrios de Lisboa como el
Chiado o Rossio uno ve más la vertiente romántica que la decadente.
Y cuando llega la
noche, uno ya está totalmente convencido que Lisboa es una capital que enamora,
que hace que el visitante esté cómodo y feliz como en pocas ciudades de Europa.
A esto ayuda la magnífica gastronomía que se puede encontrar
en Lisboa por un precio muy económico. Y es que ya se sabe, a los hombres se
les conquista por el estómago. Allí donde te pares, puedes comer unos platos
tradicionales, sabrosos y contundentes como el arroz de polvo (con sus trocitos de pulpo), pataniscas de balcalhau (una especie de buñuelo o croqueta de
bacalao), feijoadas (acompañamiento de
judías), bitoques de cualquier carne,
y para acabar desde los postres habituales a los contundentes pasteles de Belem.
El cambio definitivo del punto de vista de la ciudad ocurre
cuando uno se mueve hacia barrios más exteriores de la ciudad como el parque de
las Naciones o San Amaro/Belem. Entonces se puede ver que Lisboa es una capital
en plena ebullición, con una elevada actividad cultural y poniéndose al día a
toda máquina respecto al resto de ciudades europeas en actividades económicas y
empresariales.
Pero si por algo Portugal es reconocida, es por su
historia. Una historia relacionada con los descubrimientos de nuevas tierras,
de nuevas culturas y por su innovación en la navegación.
Este bagaje histórico lo encontramos en Lisboa y
alrededores.
En Lisboa se encuentran diferentes edificios históricos,
monumentos y museos relacionados con el mundo de la navegación, el comercio y
los descubrimientos como la Plaza del Comercio, el barrio portuario de Rossio
y de Alfama.
Una de las poblaciones o barrios de Lisboa en la que el
impacto histórico y de la época de los descubrimientos es más patente es la
zona de Belem.
En esta zona se encuentra la torre de Belem, estructura defensiva para el control de acceso al
mar a través de la desembocadura del tajo.
Pero un monumento que me llamó mucho la atención es la Padrao dos Descobrimientos, una colosal escultura
a los valientes que permitieron los descubrimientos de la gloriosa Portugal. En ella se encuentran representados los
religiosos, los nobles, los monarcas…. Sin embargo apenas hay marineros y
plebeyos que son los que realmente sufrieron en la época de los
descubrimientos.
También hay restos históricos en poblaciones cercanas a Lisboa,
como en Sintra. Pueblo a escasos kilómetros de Lisboa, situada en un valle
rodeada de verdes montañas, donde lo más florido de la realeza y nobleza
portuguesa pasaban sus vacaciones. Como huella de su paso por la historia, han
quedado en la población varios palacios como el palacio nacional de Sintra o el palacio de Pena, así como
innumerables mansiones o quintas donde vivía la corte alrededor de la realeza
como la quinta de Regaleira (donde
sus túneles, cuevas y lagos unen el placer con el misticismo) o bien el palacio
de Monserrate (supuestamente
relacionado con las montañas de Montserrat en Cataluña).
En estos monumentos históricos uno descubre la diferencia de
calidad de vida entre ricos y pobres, que esta diferencia existió, existe y
existirá por mucho que pasen los años. Uno pensaría que hace 5 o 6 siglos, la
vida de los ricos y religiosos sería buena, sin embargo cuando uno ve la
opulencia y la suntuosidad de los palacios y monasterios de la época, similar o
mejor a las edificaciones de la clase media actual, uno se plantea si la
sociedad humana ha avanzado algo en cuanto a libertad y situación igualitaria
entre clases. Personalmente, yo tengo mis dudas.
La historia de Portugal es ancestral y en la misma población
de Sintra se pueden encontrar restos de la época medieval.
Estos restos se pueden encontrar en el maravilloso castillo de Sintra. Situado en lo alto
de una de sus colinas, de difícil acceso y con una visión de todo el valle y
del océano Atlántico. Sin duda un punto de vigía como ninguno. En él podemos
encontrar restos prehistóricos, moros y cruzados de la época medieval. La
belleza de este castillo se disfruta no sólo en el interior del mismo, sino desde el momento en que se empieza a
subir por el camino sinuoso que lleva al castillo surcando un frondoso bosque desde
la misma Sintra.
También se pueden encontrar restos históricos alejados de la
pomposidad de la corte en el discreto y de difícil acceso convento de Capuchos. Un centro de la hermandad religiosa de san
Francisco de Asis, que como promulga esta agrupación es necesaria la
simplicidad y la simbiosis entre el espíritu y la naturaleza mediante la
sencillez de vida. Este centro te traslada a otra época, te envuelve el alma de
manera mágica como si estuvieras viviendo en un centro espiritual druida. A
pesar de que se encuentra alejado del centro y no es de lo más turístico, es
una de las visitas que más me han llenado, no sólo por la paz que transmite el
complejo en sí mismo, sino además por la belleza del camino de acceso a través
de frondosos bosques.
Relacionado con el entorno natural. A escasos kilómetros de
Sintra se encuentra la población de Colares y sus alrededores, donde se localiza
el Cabo da Roca (el punto más occidental de Europa continental), un faro que
ilumina una costa escarpada con unas maravillosas playas. Aproveché para
recorrer un camino de ronda que enlaza las playas
de Ursa, Cavalo, Idraga y Praia Grande.
El acceso es complicado y el camino de ronda es un rompe-piernas con subes y
bajas, en la que en algún caso se tiene que grimpar por algún camino rocoso
para acceder a las playas.
Si bien comentaba que las ciudades visitadas tenían cierto
aspecto dejado y decadente, la naturaleza por el contrario me pareció exuberante
y limpia de desechos humanos.
No muy lejos de estas playas se encuentra una zona con
restos prehistóricos con huellas de animales prehistóricos.
Otra zona turística de la zona son las poblaciones de Estoril y Cascais. Se trata de centros turísticos que en su momento seguramente eran el lugar de peregrinación de la jetset portuguesa. Aunque actualmente sigue atrayendo a turistas con alto poder adquisitivo (tal como se ve en los vehículos que circulan), creo que ya no es del interés para las nuevas generaciones de turistas.
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