sábado, 14 de enero de 2017

Lisboa y Alrededores

Nada más llegar a Lisboa ya identificas que la ciudad no es como cualquier otra capital Europea. Si te dejasen en el centro de la ciudad sin haber llegado en avión, sin haber visto el tráfico y el volumen de personas, la primera impresión es que se está en un pueblo, enorme, sí, pero en un pueblo. Esta “falsa impresión inicial te surge mientras paseas por las estrechas y empedradas calles del barrio de Alfama. Estas calles están rodeadas por casas bajas, con ropa tendida que protege las calles de la luz del sol, sin ningún pudor y como en antaño, las puertas de las viviendas están siempre abiertas como si en un pueblo te encontraras y todo el mundo fuera bienvenido a tu hogar.




Sin embargo, si se sigue caminando, si se sube a cualquiera de las colinas entre las que Lisboa se encuentra ubicada, especialmente si se accede al castillo de San Jorge, se descubre que no estamos en un pueblo sino en una gran ciudad, una capital europea por tamaño, por importancia y por historia.



Si sigues paseando por la ciudad, en nuestro afán humano de clasificar las cosas, hay un momento en que te planteas, ¿qué tipo de ciudad es? ¿Cómo es comparada con otras capitales europeas?  En mi caso, lo primero que pensé es que la ciudad estaba en muy mal estado de salud. Los edificios tienen unas fachadas destrozadas, algunos están soportados por elementos de seguridad para que no se caigan, edificios medio caídos, en demolición y muchos solares vacíos entre otras casas a punto de hundirse sobre ese vacío.
La palabra que te viene a la cabeza es que Lisboa es una ciudad decadente, que tiene los días contados.




Sin embargo, conforme pasan las horas, ves que esa definición es incorrecta, o más bien tiene matices. Lisboa es, y probablemente ha sido durante siglos, como diría una amiga mía, una decadente romántica. Y ahí reside parte de su encanto. Conforme se pasea por los diferentes barrios de Lisboa como el Chiado o Rossio uno ve más la vertiente romántica que la decadente.




Y cuando llega la noche, uno ya está totalmente convencido que Lisboa es una capital que enamora, que hace que el visitante esté cómodo y feliz como en pocas ciudades de Europa.




A esto ayuda la magnífica gastronomía que se puede encontrar en Lisboa por un precio muy económico. Y es que ya se sabe, a los hombres se les conquista por el estómago. Allí donde te pares, puedes comer unos platos tradicionales, sabrosos y contundentes como el arroz de polvo (con sus trocitos de pulpo), pataniscas de balcalhau (una especie de buñuelo o croqueta de bacalao), feijoadas (acompañamiento de judías), bitoques de cualquier carne, y para acabar desde los postres habituales a los contundentes pasteles de Belem.




El cambio definitivo del punto de vista de la ciudad ocurre cuando uno se mueve hacia barrios más exteriores de la ciudad como el parque de las Naciones o San Amaro/Belem. Entonces se puede ver que Lisboa es una capital en plena ebullición, con una elevada actividad cultural y poniéndose al día a toda máquina respecto al resto de ciudades europeas en actividades económicas y empresariales.
  



Pero si por algo Portugal es reconocida, es por su historia. Una historia relacionada con los descubrimientos de nuevas tierras, de nuevas culturas y por su innovación en la navegación.
Este bagaje histórico lo encontramos en Lisboa y alrededores.
En Lisboa se encuentran diferentes edificios históricos, monumentos y museos relacionados con el mundo de la navegación, el comercio y los descubrimientos como la Plaza del Comercio, el barrio portuario de Rossio y de Alfama.



Una de las poblaciones o barrios de Lisboa en la que el impacto histórico y de la época de los descubrimientos es más patente es la zona de Belem.
En esta zona se encuentra la torre de Belem, estructura defensiva para el control de acceso al mar a través de la desembocadura del tajo.
Pero un monumento que me llamó mucho la atención es la Padrao dos Descobrimientos, una colosal escultura a los valientes que permitieron los descubrimientos de la gloriosa Portugal.  En ella se encuentran representados los religiosos, los nobles, los monarcas…. Sin embargo apenas hay marineros y plebeyos que son los que realmente sufrieron en la época de los descubrimientos.




También hay restos históricos en poblaciones cercanas a Lisboa, como en Sintra. Pueblo a escasos kilómetros de Lisboa, situada en un valle rodeada de verdes montañas, donde lo más florido de la realeza y nobleza portuguesa pasaban sus vacaciones. Como huella de su paso por la historia, han quedado en la población varios palacios como el palacio nacional de Sintra o el palacio de Pena, así como innumerables mansiones o quintas donde vivía la corte alrededor de la realeza como la quinta de Regaleira (donde sus túneles, cuevas y lagos unen el placer con el misticismo) o bien el palacio de Monserrate (supuestamente relacionado con las montañas de Montserrat en Cataluña).
En estos monumentos históricos uno descubre la diferencia de calidad de vida entre ricos y pobres, que esta diferencia existió, existe y existirá por mucho que pasen los años. Uno pensaría que hace 5 o 6 siglos, la vida de los ricos y religiosos sería buena, sin embargo cuando uno ve la opulencia y la suntuosidad de los palacios y monasterios de la época, similar o mejor a las edificaciones de la clase media actual, uno se plantea si la sociedad humana ha avanzado algo en cuanto a libertad y situación igualitaria entre clases. Personalmente, yo tengo mis dudas.

La historia de Portugal es ancestral y en la misma población de Sintra se pueden encontrar restos de la época medieval.
Estos restos se pueden encontrar en el maravilloso castillo de Sintra. Situado en lo alto de una de sus colinas, de difícil acceso y con una visión de todo el valle y del océano Atlántico. Sin duda un punto de vigía como ninguno. En él podemos encontrar restos prehistóricos, moros y cruzados de la época medieval. La belleza de este castillo se disfruta no sólo en el interior del mismo,  sino desde el momento en que se empieza a subir por el camino sinuoso que lleva al castillo surcando un frondoso bosque desde la misma Sintra.




También se pueden encontrar restos históricos alejados de la pomposidad de la corte en el discreto y de difícil acceso convento de Capuchos. Un centro de la hermandad religiosa de san Francisco de Asis, que como promulga esta agrupación es necesaria la simplicidad y la simbiosis entre el espíritu y la naturaleza mediante la sencillez de vida. Este centro te traslada a otra época, te envuelve el alma de manera mágica como si estuvieras viviendo en un centro espiritual druida. A pesar de que se encuentra alejado del centro y no es de lo más turístico, es una de las visitas que más me han llenado, no sólo por la paz que transmite el complejo en sí mismo, sino además por la belleza del camino de acceso a través de frondosos bosques.



Relacionado con el entorno natural. A escasos kilómetros de Sintra se encuentra la población de Colares y sus alrededores, donde se localiza el Cabo da Roca (el punto más occidental de Europa continental), un faro que ilumina una costa escarpada con unas maravillosas playas. Aproveché para recorrer un camino de ronda que enlaza las playas de Ursa, Cavalo,  Idraga y Praia Grande. El acceso es complicado y el camino de ronda es un rompe-piernas con subes y bajas, en la que en algún caso se tiene que grimpar por algún camino rocoso para acceder a las playas.
Si bien comentaba que las ciudades visitadas tenían cierto aspecto dejado y decadente, la naturaleza por el contrario me pareció exuberante y limpia de desechos humanos.



No muy lejos de estas playas se encuentra una zona con restos prehistóricos con huellas de animales prehistóricos.
Otra zona turística de la zona son las poblaciones de Estoril y Cascais. Se trata de centros turísticos que en su momento seguramente eran el lugar de peregrinación de la jetset portuguesa. Aunque actualmente sigue atrayendo a turistas con alto poder adquisitivo (tal como se ve en los vehículos que circulan), creo que ya no es del interés para las nuevas generaciones de turistas.